A principios de 1945 Alemania había perdido la guerra. En el
oeste, los ejércitos aliados, sobre todo de Estados Unidos y Reino Unido,
avanzaban con precaución, pero sin remedio, sobre el país nazi; en el este, la
Unión Soviética, con un mayor déficit tecnológico y armamentístico, lanzaba
carne humana contra las tropas alemanas sin menoscabo de una cantidad de bajas propias
que casi ningún estado consideraría aceptable; la carnicería tuvo éxito militar
con lo que, a costa de la sangre del pueblo ruso, las tropas soviéticas iban
ganando terreno en
la carrera por ser los primeros en llegar a Berlín.
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Mapa de situación de los frentes en Europa a lo largo de 1945. Fuente (wikipedia) |
Hitler, cuya capacidad estratégica como militar era escasa,
incapaz de buscar una salida menos dolorosa para su pueblo, condenó a los
alemanes a una sangría constante en la que muchos perecieron y supuso, a la
postre, la destrucción casi completa del país. Se negó a una rendición lógica y
dejó en las manos de armas exóticas ―de
tecnología casi inimaginable para la época―, de contraataques de dudosa eficacia, como el de la
Batalla de las Ardenas, y de la entrega de sus soldados, una recuperación que
no solo era difícil de imaginar, sino que resultaba imposible. ¿Cuál era la
razón para no rendirse y prolongar una agonía con la sangre de su pueblo? ¿Su
orgullo u ocultar lo que ocurría en sus campos de concentración?
Frente a él, los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y
la Unión Soviética se sentaban ―así
aparecían en las fotos para no destacar la discapacidad motora de Roosevelt― con el fin de decidir
cómo se repartía el mundo.
No era una reunión entre iguales: Estados Unidos era la gran
potencia armamentística emergente que ejercía de salvadora de Europa, como
quedaba demostrado por el apoyo decidido a Reino Unido, incluso cuando aún no
participaba directamente en la guerra, y por la liberación de Francia del
dominio nazi. Reino Unido ejercía el papel de príncipe destronado como imperio
en decadencia que estaba perdiendo casi toda su influencia geoestratégica, y el
gigante soviético pugnaba por demostrar un poder que aún tenía los pies de
barro.
Todos aliados, todos mirándose de reojo.
Con Alemania casi vencida, lo que se jugaba era mucho más
que el reparto de un botín inexistente; se trataba de definir las áreas de
influencia para los próximos decenios y nadie deseaba dejar ni un palmo de
tierra al aliado-enemigo. Por eso todos corrían para tratar de poner su bandera sobre
la Puerta de Brandemburgo en Berlín. Churchill, sabedor de su papel en todo
aquello, se negaba a ser un invitado de piedra bajo el paraguas norteamericano.
Así, en el marco de la Operación Trueno, ordenó un ataque de castigo, sin
piedad, sobre una ciudad que tenía escaso interés estratégico. ¿Por qué lo
hizo, aún a sabiendas que algunos de su gobierno no estaban de acuerdo con ese
tipo de acciones? ¿Restañar el orgullo herido? ¿Venganza por los bombardeos de
Coventry o Londres? El primero quedaba ya muy lejos en el tiempo, y el ataque
sistemático con bombas V1 y V2 sobre la capital británica causaba ya daños muy
limitados debido a la ineficacia de las V1 ―eran fácilmente derribadas― y a la escasez de las V2.
No había razón para destruir Dresde.
Pero fue arrasada con una frialdad digna de un enfermo
mental. Y su destrucción, si de algo sirvió, fue para allanar el camino a los
soviéticos y favorecer la estrategia de Stalin. Quizá, ese tipo de acciones
sirvió para que el telón de acero quedase un poco más hacia al oeste. Todo un error
militar, visto desde la óptica de Occidente.
Cientos de aviones británicos y estadounidenses arrojaron durante
dos días más de siete mil cien toneladas de bombas, explosivas e incendiarias,
con la cadencia diseñada para maximizar la destrucción. Y la destrucción fue total, el 100 % del altstadt.
No había razón para matar a miles de civiles ni había ningún
motivo para destruir el arte ni los monumentos de la ciudad, algo que no es patrimonio
de nadie más que de toda la Humanidad. En pleno siglo XXI hemos visto imágenes
semejantes con otros protagonistas pero con los mismos objetivos: la destrucción por la destrucción, con el arte y la historia como dianas.
¿Seguimos sin
aprender?
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Ruinas de la Iglesia de Nuestra Señora en 1970.
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